miércoles, 6 de febrero de 2019

VER y ALCANZAR.


Una persona, mientras permanezca apartada de Dios, tiene una característica notable: no puede ver lo que Dios considera perfecto.
"Sus ojos se cerraron", dice la canción, y eso aplica a la condición humana, no en cuanto a su visión natural de las cosas, sino a lo que es invisible a ella, y pertenece a lo profundo de Dios.
Un no vidente, nacido en esa condición, no puede constatar a ciencia cierta la forma de las cosas, sus colores, sus brillos, su luminosidad. Puede tal vez hacerse ideas, que vienen de lo que otros le cuentan, pero esas ideas corren por su imaginación, y no por la verdad. Y tal vez ansiará ver, ver las cosas, pero en primera instancia no ansía alcanzar las cosas, ya que para que ese deseo se despierte en necesario primero poder ver. Nadie puede desear tomar algo que nunca ha visto.
Y si esto es así, es de notar que cuando una persona reconcilia su vida con Dios, de pronto, sus ojos son abiertos para ver.
Lo que antes era inexistente, ahora resulta estar ahí, ser visible, al alcance de la mano. Vemos la realidad espiritual de lo que antes era simplemente inexistente. Vemos la verdad de Cristo, Su Eternidad, nuestra eternidad en Él, vemos Su Reino, vemos Su Amor.



Que ahora podamos ver con mayor claridad - progresivamente - es crucial, importante, pero no es suficiente. Debemos entender que lo que vemos está ahí, pero eso no significa que lo hayamos tomado, que podamos alcanzar lo que vemos.

Recuerdo de niño haber pasado muchos minutos frente a la vidriera de una juguetería. Antes de haber visto tal paraíso, no deseaba ningún juguete, porque no los había visto. Pero luego que mis padres no pudieron evitar que me parara frente a esa vidriera, no hacía otra cosa que querer tenerlos. Quería agarrarlos, que fuesen mío, pero por alguna razón no podía alcanzarlos (parece que el impedimento era la billetera de mi papá).

Ver algo despierta el anhelo, pero debemos encontrar la forma de cómo obtenerlo.
Todo lo que nosotros vemos en Dios, y anhelamos en Dios, ya fue alcanzado por una persona: Dios mismo, hecho hombre, Jesucristo.
Él es la persona, cuya fuerza y energía nos impulsa como un vehículo empuja a sus ocupantes hacia un destino.

Ver lo de Dios es un paso. El próximo es meternos en la persona que nos lleva a alcanzarlo, y tomarlo, y poseerlo.



Quienes lo hacen diariamente tienen dos buenas sensaciones, que cada día toman algo más de la plenitud del Señor, y cada día ven en Él algo nuevo para alcanzar.