El hombre ha
aprendido todo sobre el tema. Ha leído, le han predicado, ha estudiado. En fin,
se ha quemado las pestañas aprendiendo conceptos. Y ahora considera que sabe
mucho: si lo apuran, se declara un experto. Aunque a otros se le complique,
para él la teoría es simple: los renglones, los párrafos, las ideas, son cosa
aprendida. Aunque sabe que sabe, también es consciente de lo que no sabe. Entonces
deduce que la soberbia no lo amenaza: no es ese su problema. Su problema es
otro: su problema es creer que saber es igual que ser.
Para saber, para
entender, basta con dedicar horas a la lectura, al análisis sostenido de las
cosas. He ahí un objeto, y he aquí el hombre, el sujeto que estudia, que piensa,
que analiza.
Pero el ser es otra
cosa. Para ser (PARA SER), es preciso entender que las ideas son solo un
reflejo de la sustancia. Que la lectura solo nos acerca a una imagen. Que la
palabra "vida" es solo un grafema que grafica lo que es la VIDA.
Para SER es necesario
entender acerca de excavaciones, profundidades, fuentes de agua que se esconden
debajo de lo que no se ve.
Piensa el hombre que
los libros enseñan, que el tiempo enseña, que la madurez enseña, que las circunstancias
y los dolores enseñan. Pero no. Difícilmente este tipo de aprendizaje pueda
cambiar de raíz el ser. El SER solo se transforma cuando llega a La Fuente.
Cuando excava y da con la sustancia misma, y se empapa de ella. Allí se da el
cambio, un trueque entre lo viejo, y lo nuevo.
Y a ese sitio solo llega
el hombre que escapa de la alteración que ofrece la circunstancia diaria, el
entorno, la "realidad", las noticias. Esa alteración tiene el gran
poder de mantenerlo nervioso, en guardia, sin poder acobijarse apaciblemente en
lo otro, en El Otro, en lo profundo, donde se halla el manantial, el verdadero
conocimiento, que no es teoría, es sustancia. Allí es donde se encuentra la sabiduría oculta que, desde antes de los siglos, Dios
predestinó para nuestra gloria; la sabiduría que
ninguno de los gobernantes de este siglo ha entendido. Allí es donde se hallan cosas que ojo no vio, ni oído oyó,
ni han entrado al corazón del hombre, y son las
cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las hizo
probar por medio del Espíritu, porque el
Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios. Nadie conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido el Espíritu que
viene de Dios, para que conozcamos la sustancia de lo que Dios nos ha dado
gratuitamente, de lo cual también
hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las
enseñadas por el Espíritu, combinando pensamientos espirituales con palabras espirituales. Pero
el hombre alterado no acepta estas cosas,
porque él solo se mueve en la superficie, en la alteración de los días y las
circunstancias, y no puede entender lo que se encuentra en lo profundo, porque esta
sustancia se discierne espiritualmente.
Para estas cosas
¿quién está capacitado? ¿Quien ha conocido la mente del Señor, para que le
instruya? Nosotros tenemos la mente de Cristo.