sábado, 11 de agosto de 2018

Contra la vana subjetividad.


Una vez que se consumó el engaño de Adán, él y su mujer se hallaron desnudos, descubiertos.
Más allá de la realidad física de esta situación, la desnudez fue una manera de expresar la desolación en la que se hallaron cuando fueron desgajados, desprendidos de Dios, que era su fuente proveedora de vida.
Hombre y mujer fueron sacados y despedidos no solo de un jardín (nadie lamenta tanto eso) sino que ese "Edén" del que fueron expulsados era Dios mismo. Fueron arrancados de una vida con un plan perfecto, y echados a la vanidad de un desierto cuya principal característica no era la tierra seca, sino que el hombre, en todo su ser, se encontró solo en su ego, y con su ego.
De pronto, tras esa expulsión, el hombre se halló desnudo: se sintió amputado de quien era su fuente proveedora de vida. Pasó de estar incluido en el plan de Dios, a ser descartado. Pero de todo esto no se enteró ni leyendo la Biblia ni oyendo un sermón de domingo. Se enteró cuando dentro de sí notó que a partir de ahora solo podía ver con sus ojos, y solo podía pensar con su mente.
Esa fue su desnudez.
Era como si de pronto hubiese quedado encarcelado dentro de sí mismo. Su condición se achicó para quedar atrapado en la pobre desolación de  sus ojos, de su mente.
Cortado su vínculo con quien era su fuente de vida y verdad, el hombre quedó sin otra opción que generar sus opiniones, sus criterios, sus puntos de vista, sus paradigmas. En otras palabras, dio inicio a la subjetividad, el cerrojo más reforzado que conoce esta creación caída.
La subjetividad es el criterio propio, el punto de vista del cual nadie -nadie- puede salirse. Nadie puede abrir desde afuera lo que él mismo cierra desde adentro.
La vana subjetividad es la posición personal desde la cual se mira el acontecer de todo. Frente a esa subjetividad, las cosas no son como son, sino como cada uno las ve. Cada uno ve desde su torre de encierro, y todos vemos parcialmente una parte, porque eso es consecuencia de haber sido despedidos de ese jardín que es Cristo.
Una vez desgajados de Él -fuente de vida y verdad-, el hombre evalúa todo desde su parcial visión. Desde ese punto, él mismo es el centro de todo. Su nariz queda demasiado cerca para obviarla. Sus manos son "Las Manos", sus ideas son "Las Ideas", y su verdad es "La Verdad".
La regla de la subjetividad es que todos tienen "su verdad", entonces hay muchas verdades, por lo tanto no hay una verdad. La marca de la subjetividad es la relatividad de todas las cosas.
Dios nos creó para que tengamos una identidad que nos distinga unos de otros, claro está, pero la subjetividad no habla de esa diferencia, sino que habla de la desorbitada vida del ego de cada hombre.
En ese viaje de extraviados, los hombres crean las religiones. Y hay tantas religiones como hombres, porque la subjetividad del ego hace que cada uno crea lo que quiere, lo que puede. No hay dos seres en la tierra que crean exactamente lo mismo. Y eso no tiene nada que ver con la diversidad santa con la que Dios nos creó, sino con el desvarío propio de quien se salió de la órbita correcta.

Separados de Dios, deambula el hombre como un cometa sin destino alguno, sin centro gravitacional que lo atraiga.
Esta vana subjetividad es la desnudez de Adán y Eva, que se quedaron sin su vínculo perfecto y tuvieron que arreglarse consigo mismos. Es la desolación que queda tras la muerte, y tener que retomar la pseudo-vida inventada con los despojos de lo que quedó.

Fuera de Dios, la subjetividad requiere ser "formada" (deformada) por otras mentes subjetivas, y hace dioses e ideas de dioses conformes a sí mismas.
"Para mi dios es....", suele opinar Adán desnudo. "No, para mi es...." dice Eva en igual condición, porque fuera de Dios, la subjetividad solo teoriza sobre Dios. Se hace ideas de Él. Lo supone, lo analiza, lo estudia. En la práctica, le ofrece ritos y rituales, tratando de agradar a un "Dios" que está allá, afuera, arriba -y señala con su dedo hacia el cielo- vaya a saber dónde: después de miles de años, la desnudez ya no causa tanta vergüenza.

La subjetividad es la prueba de estar "fuera de Dios", por eso le dicta a la conciencia del hombre de que está fuera de Dios. "Dios allá, nosotros acá", es el lema inconsciente de la subjetividad. Y es inconsciente porque vocifera otra cosa, que "Dios está acá" -mientras toca su pecho- pero en el más profundo ser del hombre actúa la subjetividad de su punto de vista, sus ojos mirando, su propia mente pensando.

Muchos conocen al actor John Malkovich. Quienes lo conocen pueden describirlo por las películas que grabó, por sus condiciones actorales, por su barba blanca, o su cabeza calva. Todas descripciones externas que hace quien lo admira, lo conoce, o simplemente lo sigue.
Hay una película de 1999 llamada ¿Quieres estar en John Malkovich? donde ciertas personas tienen la oportunidad no de conocer externamente a Malkovich, sino de meterse dentro de él.
En la película, alguien encuentra un mueble, que es como un aparador, que es una puerta de acceso directo a la mente de Malkovich. Ya dentro del Malkovich, las personas ven a través de sus ojos, piensan con su mente, en fin, viven la vida de John Malkovich.

¿Quieres estar en Cristo?
La subjetividad hace que al hablar de Cristo, los muchos interpreten que conocerle a Él es conocer lo que hizo, o aun lo que hace hoy. Pobre idea que solo satisface a la subjetividad.
Se escriben libros, se predican mensajes, y se estudia a Dios....desde afuera.
¿Quieres estar en Cristo?
Los muchos aún abordan a Cristo como un "objeto de estudio". Lo analizan, lo explican, lo interpretan. Todo desde la subjetividad externa de un punto de vista parcial, humano, caído, sin posibilidades de ver con Sus Ojos ni pensar con Su Mente.

¿Qué es el yo o ego? Es la subjetividad en la que el hombre quedó atrapado, y aislado de Dios.
Cuando la muerte del Mesías en la cruz opera en el hombre, lo que hace es darle muerte a la subjetividad. Y ocurre un traslado inverso al de Adán. Lo que se había desgajado se vuelve a reunir en la fuente proveedora de vida y verdad.
Y el centro de todo ya no es el hombre, sino Cristo, quien está demasiado cerca para obviarlo.


miércoles, 8 de agosto de 2018

ÉL NOS LLAMÓ


Surge del hombre, desde sus bajos fondos, el grito desesperado de búsqueda por Dios, o por un dios, o por dioses.  El dolor es real, se siente dentro, pero cada vez, y en cada persona, ese dolor es distinto. Sea lo que fuere, el dolor impulsa al hombre a buscar algo, alguien, Alguien.
Y cada quien busca lo que entiende, lo que conoce. Alguien aprendió sobre un talismán, y allá va. Otro habló de cierto grupo que ayuda gente, y allá va. Y allá vamos....donde haga falta, con tal de silenciar el dolor que abruma, y vamos andando con nuestra mochila a cuestas viendo quién puede sacarle peso y dolor, pero en estos lados resulta que no encontramos nada sustancial: quizá algo temporal, pero ninguna extirpación profunda y permanente del dolor.
Entonces sigue camino hacia la meca del alivio, y busca aquí, y allá. Frío frío. Tibio tibio. Llega a eso que los hombres llaman religión. Tibio, piensa. Y parece que es acá....porque hablan de Dios. Creo que es acá, tibio, sí, aquí encuentro a Dios. Yo, que tanto busqué, acá encuentro a Dios.
Frío frío.

El hombre puede buscar algo, a dioses, o incluso a Dios mismo. Y puede encontrar cosas, pero con sus propias fuerzas y sacrificios, a Dios nunca lo encontrará. Porque genuinamente nadie puede ir a Él: no hay quien genuinamente busque a Dios, no hay ni siquiera uno.
Si estamos en Él, en Cristo, si somos parte de Su Vida, es porque Él nos hizo, Él nos buscó, Él nos llamó, y nos poseyó.
Si estamos en Cristo es porque Él nos llamó.
Hay un término que puede resumir todo el evangelio: es la primer palabra mencionada en Levítico, es la palabra hebrea vayikra: Él llamó.
Él llamó. Fue Él quien lo hizo. Si estamos ya en Él, es porque Él nos llamó, y no por haberle buscado nosotros.
Él nos llamó
Y tu respuesta es ..... ?