sábado, 11 de marzo de 2017

Hoy, el día de la victoria.

Cierto hombre, un sincero hijo de Dios que ha entregado su vida a Cristo, piensa que aún se halla bajo el dominio de un vicio indomable, por ejemplo, el juego compulsivo. Cada vez que tiene la oportunidad, recae en el vicio. Y cuando no tiene esa oportunidad, sabe dónde encontrarla.
Sufre el vicio, le pesa, le duele, lo odia, y lo ama. El hombre entiende que el vicio lo lleva por caminos de ruina. Enfrentarlo no es el problema: el problema es que el vicio siempre gana. Años de sermones le han inculcado (e inculpado) que ese vicio es el pecado mismo. Entonces busca fortalecer su voluntad para decirle NO al maldito flagelo, y de a poco va esquivando las tentaciones, muy de a poco, progresa, y va marcando en un almanaque el tiempo transcurrido desde que está "limpio".
Nunca había pasado tantos meses sin caer en la tentación lúdica, aunque todavía se retuerce por dentro cada vez que piensa en practicarla. Así, pasa el tiempo, quizás meses, o más, y el hombre cree estar superando el llamado "pecado". Más aún, dijo no a una invitación concreta al casino, se mordió la lengua, le encantaba la idea, pero tiró el freno de mano. Y pensó haber aprobado la tentación. "Voy bien", pensó con cierto orgullo.
Aún no lo sabe, pero tal vez algún día este hombre sepa -por el Espíritu Santo- que, aún sin tirarse unas fichitas, el problema sigue, el problema está. Porque el pecado no es la acción en sí, sino la naturaleza que está detrás de la acción: la llamada concupiscencia. La acción es la consecuencia visible, el síntoma que puede estar explícito o en silencio latente, pero la enfermedad está.
La religión -ese esfuerzo humano- busca aplacar los síntomas sin ocuparse mucho de la raíz. Y ahí reside el problema, en el engaño que produce, porque al domesticar el síntoma con caretas y ritos calma la consciencia, y muchos creen haber matado la enfermedad. La religión es como un anestesista que aplaca los síntomas mientras la enfermedad continúa con su avance inexorable.
Pero Cristo, en la cruz, absorbe en Sí Mismo toda la naturaleza de pecado. Carga lo que no podemos cargar. Hace lo que es imposible para los hombres, Él, "el cordero de Dios que quita el pecado", secó de raíz la enfermedad: el pecado.
Al considerar esta verdad, este cierto hombre, un sincero hijo de Dios que ha entregado su vida a Cristo, emprende su camino hacia la victoria, pero ahora no comienza desde la incertidumbre de sus fuerzas, sino desde la certeza de que hoy la obra ya está cumplida por Cristo, en Cristo.

Y celebra hoy el día de su victoria.


sábado, 4 de marzo de 2017

Que nuestros deseos no sean cumplidos.

¿Quién puede asegurar que sus deseos coincidan a la perfección con los deseos de Dios? El corazón del hombre, susceptible de ser engañado, puede ansiar cosas contrarias a la voluntad de Dios.
El hombre, cada hombre, puede encerrarse en la maraña de sus sueños y deseos, sin darse cuenta que ellos chocan con el corazón de Dios.
Y supongo que debe ser horrible que, a causa de nuestra larga testarudez, Dios diga: "Está bien. Quedate con tus propios planes, y que tus deseos sean cumplidos".  
"Israel, ¿insistes con tener un rey que gobierne tu vida? OK: ahí tienes a tu Saúl".
Es políticamente incorrecto decir esto, pero debe ser dicho: espero que los deseos de nuestro corazón no sean cumplidos.
Aún hay esperanza mientras renunciamos a nuestros deseos en pos de que Dios cumpla los suyos en nosotros.