viernes, 22 de diciembre de 2017

El día del Señor

Se vienen días y semanas donde con ilusión y optimismo se expresan frases que desbordan en augurios, buenos deseos, esperanzas y demás bondades para un nuevo año.
Y es que algo parece que se renueva. Y si lo que pasó fue de un nivel equis, el augurio para el nuevo tiempo es que las cosas mejoren.
Lo que se renueva es la hoja mayor del calendario, que es tiempo, un período, un año. Y las expectativas positivas son precisamente para el nuevo año.
Próspero ....Feliz ....Buenos deseos ....."El año que viene será mejor, ya vas a ver"......Y otras frases son comunes por estos días. Frases que recuerdan a ese cartel colgado en la pared de un bolichito de pueblo: "Hoy no se fía, mañana sí".
Es que al igual que la zanahoria va delante del burro, así avanza el tiempo, con la esperanza a cuestas.
Y nada de esto está del todo mal, quiero decir que ninguna de esas ideas matan del todo, pero juguetear con ellas esterilizan la efectividad de los hijos de Dios.
¿Se viene un "gran año"? ¿Este año "la pegamos"?
Puede que sí, no lo sé. Pero para un hijo de Dios, la esperanza real no vendrá junto con el nuevo año, sino que ya se ha cumplido hoy, ahora.
Se ha cumplido hoy.
Hoy está siendo el día del Señor. Para hoy está disponible el incremento de Su Vida en nosotros. Hoy es el día de la victoria. Hoy está Su Vida disponible para ser tomada. Porque si bien la dádiva de Dios para Su Hijo (nosotros) fue dada una vez y para siempre, cada día está la oportunidad de tomarla. Cada día. Desde nuestra perspectiva, momentáneamente finita y efímera, sólo tenemos a mano lo de hoy, y si lo de hoy no lo tomamos, habremos perdido algo, tal vez la porción diaria en que aparece el crecimiento.
Tomar Su Cruz, llevar Su Cruz, es el acto más grandioso que propone el misterio de la vida en Cristo. Llevar Su Cruz no significa "soportar dolores", o "soportar esa carga": significa desechar y apartar un tipo de vida, para tomar otra nueva. Y el hecho de llevar Su cruz es  tan crucial como el momento en que hay que llevarla: cada día.
No hay mayor evidencia de una vida de fe que el estar hoy persuadido del cumplimiento de toda verdad en nuestro espíritu: el cumplimiento de que Su Vida ya reina hoy en nosotros; que Su Mente opera ahora en nosotros, que hoy se cumple Su Verdad.

Para el hijo de Dios, cada día se cumple lo que ya se cumplió de una vez y para siempre.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Pecado y perdón.

Cuando somos simples y superficiales, solemos pensar que pecado es la serie de actos que cometemos cuando nos portamos mal. Paso seguido, consideramos las conductas malas que son afrenta delante de Dios y de algunos hombres. Es pecado robar, mentir, matar, violar, insultar, etc etc.
A su vez, sobre estas conductas, los distintos tiempos han marcado en la historia distintos "tipos de pecados". Antes, por ejemplo, en algunos ámbitos religiosos era considerado pecado tomar vino....hoy ya no.
También el lugar de residencia ha sido determinante: lo que aquí es pecado, allá, lejos, tal vez no.
Pero cuando el santo profundiza su entendimiento de las cosas espirituales a la luz de la verdad en Cristo, comienza a comprender que el pecado no es simplemente un acto que se comete, sino que es un tipo de naturaleza, un tipo de vida  que no califica para con-vivir en unidad con Dios.
Los actos ilícitos - que a veces manifestamos hacia afuera, a veces no- afloran como aflora la humedad en la pared, surgida de una rotura que no vemos. Como alguien dijo, "no somos pecadores porque pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores".
Ahora bien, en el caso de que nos pongamos de acuerdo con eso, demos un pasito más.
Si el pecado no son solo los actos visibles, sino la naturaleza que los causa: ¿qué es el perdón de pecados? La extrema sencillez de nuestra mente nos conduce a creer que perdón es algo así como "Bueno....está bien, hagamos borrón y cuenta nueva". O "vamos a olvidarnos de lo que nos hiciste".
Cuando pensamos que el pecado son actos dañinos, el perdón es una especie de buscar olvidar ese acto. Pero si pecado no es el acto, sino que es la persona misma que lo cometió, ¿cómo opera ahí el perdón? ¿cómo operó el perdón que Dios nos otorgó en Cristo Jesús?
Diremos algo fuerte, que puede molestar un poco, pero que debe ser dicho. Y es lo siguiente: el que perdona, considera muerto al perdonado. Dicho de otra manera: el que ha perdonado, ha dado fin a aquel a quien perdonó. Pero luego de considerarlo muerto, debe considerarlo renacido con una nueva vida, una nueva naturaleza.
Si no se entiende, veámoslo escrituralmente: la máxima expresión del PERDÓN conocida por los hombres es el perdón que nos otorgó Dios. Y ese perdón fue solo posible por habernos dado la gracia de morir Su muerte, para revivir juntamente con Él en Su vida.

Romanos 6

1 ¿Qué pues diremos? ¿Permanezcamos en el pecado para que la gracia abunde? 2 ¡De ninguna manera! porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
3 ¿No sabéis que todos los que fuimos bautizados en Jesús el Mesías, fuimos bautizados en su muerte?
4 Por tanto, fuimos sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo, para que así como el Mesías fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. 5 Porque si hemos llegado a ser injertados en la semejanza de su muerte, también lo seremos en la de la resurrección; 6 sabiendo esto: que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, a fin de que el cuerpo del pecado fuera desactivado para no servir más al pecado.
7 Porque el que murió, ha sido libertado del pecado.
8 Y si hemos muerto con el Mesías, creemos que también viviremos con Él;
9 sabiendo que el Mesías, habiendo sido resucitado de entre los muertos, ya no muere: la muerte no se enseñorea más de Él.
10 Porque en cuanto a que murió, al pecado murió una vez por todas, pero en cuanto a que vive, para Dios vive.
11 Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Jesús el Mesías. 12 No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, para que obedezcáis a sus concupiscencias; 13 ni tampoco presentéis vuestros miembros como instrumentos de iniquidad para el pecado, sino presentaos vosotros mismos a Dios como viviendo fuera de los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.

Cuando nos toca perdonar, tal vez el proceso sea el mismo: ver que lo crucial no es el acto ocurrido, ni es un tema netamente personal de quien lo causó, sino que se trata de una naturaleza que mora en el hombre: con discernimiento, separo (juzgo) esa naturaleza, la considero muerta.
¿Y qué pasa cuando no nos hemos perdonado a nosotros mismos? Exactamente igual: entender que la naturaleza de pecado ya murió, y debido a esa muerte "juntamente con Cristo", es que operó el perdón,  para que ahora andemos en novedad de vida.
El perdón no es olvido. El perdón es una nueva vida que surge luego de una muerte.



viernes, 3 de noviembre de 2017

Un Reino, con un Rey que Reina (por Grace Montero)

La nueva vida en Cristo incluye un Reino, con un Rey que Reina.
Cuando nuestra vida se une a la VIDA del Señor, Su Reino se implanta en nosotros. Pero luego de eso, puede que nuestras vidas aún sean cortas y deficientes en manifestar a Cristo. Y esto es porque para que haya crecimiento, más allá del Reino de Dios en nosotros debe estar el REY reinando, el Señor gobernando.
Parece un juego de palabras. Pero el audio adjunto, recomendado, aclara esta verdad.

sábado, 7 de octubre de 2017

Elogio a la duda.

No es habitual que un hijo de Dios le haga un elogio a la duda. De hecho, puede sonar una real locura. Lo habitual es que se elogien otras cosas, como la seguridad, la fidelidad, o el apego a rajatabla a la doctrina de la denominación. Estas y muchas otras cosas pueden ser elogiadas, pero no es común que se elogie la duda.
Pero ocurre que en el proceso de crecimiento de la vida de Cristo en nosotros, hay una etapa donde la duda es la antesala al entendimiento, a la madurez, a la luz.
No se trata de poner en tela de juicio las verdades fundamentales de la vida en Cristo: ni la deidad de nuestro Señor, ni su obra eterna manifestada en la cruz, ni nada que nos haya enseñado el Espíritu Santo en nuestro espíritu. Nada de eso se pone en duda. Son otras cosas las que deben ser puestas bajo sospecha. Y ese hecho no es provocado por nosotros, sino que el mismo Espíritu Santo acomoda una silla delante nuestro, y sienta en ella a una de nuestras creencias paradigmáticas, para luego preguntarnos "¿Vos realmente creés que esto es así?".

Estas creencias, arraigadas dentro de la mente humana como verdades indiscutibles, suelen ser la dura cáscara que se resiste para llegar a la verdad. Las tradiciones religiosas, las culturas a veces sectarias que dominan la religión, las maneras de congregarse, de llevar a cabos las reuniones, las frases que se repiten sin sustento, la manipulación montada a través de la malinterpretación de la autoridad, todas esas cosas van construyendo un castillo de creencias en la mente de un santo que no se caerá mientras no sean cuestionadas.
"¿Vos realmente creés que esto es así?", pregunta el Espíritu Santo en el corazón de un santo, mientras señala a una de las vacas sagradas de la religión.
Esa pregunta tiene, de nuestra parte, tres posibles respuestas: la primera, la más habitual, que nos pongamos de pie, huyamos de allí y sigamos testarudamente con nuestras creencias habituales -"¡No puede ser que Dios cuestione lo que me enseñan el domingo!"-. La segunda, parecida a la anterior, que respondamos que sí, que "orgullosamente creemos en eso", y sigamos en la nuestra. Y la tercera, que nuestro corazón ponga en duda esa creencia, y le diga al Señor que está dispuesto a desaprender. Ante esta puerta a la humildad, el santo descubre que desaprender es una manera de morir, y volver a nacer.

Recuerdo de niño que en los primeros tiempos de la escuela primaria, todos teníamos que escribir con lápiz. La idea era tener margen para borrar, corregir, y volver a escribir. Era una manera humilde de reconocer la posibilidad de estar cometiendo errores. Ya mayorcitos, éramos habilitados para comenzar a usar la lapicera a tinta, cuando el margen de error podía ser menor.
En nuestra vida espiritual, muchas cosas erróneas fueron escritas - por religiosos profesionales - con tinta indeleble, y han permanecido inmutables durante años, formando un callo que ayudamos a fortalecer cada día. Y ahí andamos, con la tozudez de un militante político, fanatizado, terco, sectario,  sosteniendo creencias heredadas de la denominación, de la visión, o de la secta. En ellas no se discute nada, no se elogia la duda sino que se elogia la obstinación, la testarudez, a la que llaman fidelidad.
El que no cuestiona, desconoce esta obra del Espíritu Santo.
El que no se cuestiona a sí mismo, se hace soberbio.

Mateo 5:3
Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.

Cuando alguien es soberbio, no enseña, no persuade, sino que impone. "Así son las cosas aquí", es su mensaje, mientras golpea la mesa para comunicar una supuesta verdad, que no pasaría ningún filtro si se la cuestionara. Y quien duda de ellas será tomado de rebelde frente a los hombres. Pero quizás esa duda es su respuesta a la pregunta del Señor: "¿Vos realmente creés que esto es así?".

Naturalmente, no estoy muy seguro de esto que he escrito.



sábado, 23 de septiembre de 2017

La puerta, el Mesías en la cruz.

Si hay algo fuertemente arraigado en cada hombre (fuertísimamente arraigado) es su conciencia de ser YO.
Yo soy yo. Yo no soy él, ni soy ellos. En todo caso, yo puedo ser parte de nosotros, pero nunca dejo de ser yo.
Yo habito en mi. Hago todo en mi, y conmigo.
Vaya donde vaya, haga lo que haga, a cualquier hora, estoy conmigo, estoy en mi.
De ninguna manera puedo dejarme colgado en un perchero y salir a dar una vuelta sin mi. Nunca podré tomarme unas vacaciones sin mí. Cada vez que pienso, que siento, que me emociono, estoy ahí.
El yo puede maquillarse y lucir distinto. Puede dejar de ser malo y hacerse bueno, o puede dejar de ignorar algo, y ser ahora un sabio, pero sigue siendo yo. Puede cambiar, pero no puede morir completamente, y empezar de nuevo.
¿Es posible que alguien diga: "Yo ya no soy yo: ahora soy ÉL"? Solo un diálogo de locos le daría seriedad a esa afirmación. ¿Por qué es desquiciada esa afirmación? Porque nunca nadie ha podido dejarse a sí mismo, y seguir viviendo. En palabras sencillas, cuando uno deja el yo, es porque ha muerto.
Y ahí radica nuestra gran imposibilidad, y nuestro gran dolor: que no podemos dejar el yo, sin dejar la vida. Más aún: cuando el Espíritu Santo nos convence de pecado, un dolor permea al hombre, que en su más profundo ser grita "¿Quién me separará de este cuerpo de muerte?" Pero luego de ese dolor, se abre una puerta: una puerta que permite morir para pasar a vivir la vida de otra persona.
Eso es el evangelio, la gran locura del evangelio.
"He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí"
Gálatas 2:20          


sábado, 13 de mayo de 2017

La Fuente


El hombre ha aprendido todo sobre el tema. Ha leído, le han predicado, ha estudiado. En fin, se ha quemado las pestañas aprendiendo conceptos. Y ahora considera que sabe mucho: si lo apuran, se declara un experto. Aunque a otros se le complique, para él la teoría es simple: los renglones, los párrafos, las ideas, son cosa aprendida. Aunque sabe que sabe, también es consciente de lo que no sabe. Entonces deduce que la soberbia no lo amenaza: no es ese su problema. Su problema es otro: su problema es creer que saber es igual que ser.
Para saber, para entender, basta con dedicar horas a la lectura, al análisis sostenido de las cosas. He ahí un objeto, y he aquí el hombre, el sujeto que estudia, que piensa, que analiza.
Pero el ser es otra cosa. Para ser (PARA SER), es preciso entender que las ideas son solo un reflejo de la sustancia. Que la lectura solo nos acerca a una imagen. Que la palabra "vida" es solo un grafema que grafica lo que es la VIDA.
Para SER es necesario entender acerca de excavaciones, profundidades, fuentes de agua que se esconden debajo de lo que no se ve.

Piensa el hombre que los libros enseñan, que el tiempo enseña, que la madurez enseña, que las circunstancias y los dolores enseñan. Pero no. Difícilmente este tipo de aprendizaje pueda cambiar de raíz el ser. El SER solo se transforma cuando llega a La Fuente. Cuando excava y da con la sustancia misma, y se empapa de ella. Allí se da el cambio, un trueque entre lo viejo, y lo nuevo.
Y a ese sitio solo llega el hombre que escapa de la alteración que ofrece la circunstancia diaria, el entorno, la "realidad", las noticias. Esa alteración tiene el gran poder de mantenerlo nervioso, en guardia, sin poder acobijarse apaciblemente en lo otro, en El Otro, en lo profundo, donde se halla el manantial, el verdadero conocimiento, que no es teoría, es sustancia. Allí es donde se encuentra la sabiduría oculta que, desde antes de los siglos, Dios predestinó para nuestra gloria; la sabiduría que ninguno de los gobernantes de este siglo ha entendido. Allí es donde se hallan cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, y son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las hizo probar por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios. Nadie conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros hemos recibido el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos la sustancia de lo que Dios nos ha dado gratuitamente, de lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando pensamientos espirituales con palabras espirituales. Pero el hombre alterado no acepta estas cosas, porque él solo se mueve en la superficie, en la alteración de los días y las circunstancias, y no puede entender lo que se encuentra en lo profundo, porque esta sustancia se discierne espiritualmente.

Para estas cosas ¿quién está capacitado? ¿Quien ha conocido la mente del Señor, para que le instruya? Nosotros tenemos la mente de Cristo.


sábado, 11 de marzo de 2017

Hoy, el día de la victoria.

Cierto hombre, un sincero hijo de Dios que ha entregado su vida a Cristo, piensa que aún se halla bajo el dominio de un vicio indomable, por ejemplo, el juego compulsivo. Cada vez que tiene la oportunidad, recae en el vicio. Y cuando no tiene esa oportunidad, sabe dónde encontrarla.
Sufre el vicio, le pesa, le duele, lo odia, y lo ama. El hombre entiende que el vicio lo lleva por caminos de ruina. Enfrentarlo no es el problema: el problema es que el vicio siempre gana. Años de sermones le han inculcado (e inculpado) que ese vicio es el pecado mismo. Entonces busca fortalecer su voluntad para decirle NO al maldito flagelo, y de a poco va esquivando las tentaciones, muy de a poco, progresa, y va marcando en un almanaque el tiempo transcurrido desde que está "limpio".
Nunca había pasado tantos meses sin caer en la tentación lúdica, aunque todavía se retuerce por dentro cada vez que piensa en practicarla. Así, pasa el tiempo, quizás meses, o más, y el hombre cree estar superando el llamado "pecado". Más aún, dijo no a una invitación concreta al casino, se mordió la lengua, le encantaba la idea, pero tiró el freno de mano. Y pensó haber aprobado la tentación. "Voy bien", pensó con cierto orgullo.
Aún no lo sabe, pero tal vez algún día este hombre sepa -por el Espíritu Santo- que, aún sin tirarse unas fichitas, el problema sigue, el problema está. Porque el pecado no es la acción en sí, sino la naturaleza que está detrás de la acción: la llamada concupiscencia. La acción es la consecuencia visible, el síntoma que puede estar explícito o en silencio latente, pero la enfermedad está.
La religión -ese esfuerzo humano- busca aplacar los síntomas sin ocuparse mucho de la raíz. Y ahí reside el problema, en el engaño que produce, porque al domesticar el síntoma con caretas y ritos calma la consciencia, y muchos creen haber matado la enfermedad. La religión es como un anestesista que aplaca los síntomas mientras la enfermedad continúa con su avance inexorable.
Pero Cristo, en la cruz, absorbe en Sí Mismo toda la naturaleza de pecado. Carga lo que no podemos cargar. Hace lo que es imposible para los hombres, Él, "el cordero de Dios que quita el pecado", secó de raíz la enfermedad: el pecado.
Al considerar esta verdad, este cierto hombre, un sincero hijo de Dios que ha entregado su vida a Cristo, emprende su camino hacia la victoria, pero ahora no comienza desde la incertidumbre de sus fuerzas, sino desde la certeza de que hoy la obra ya está cumplida por Cristo, en Cristo.

Y celebra hoy el día de su victoria.


sábado, 4 de marzo de 2017

Que nuestros deseos no sean cumplidos.

¿Quién puede asegurar que sus deseos coincidan a la perfección con los deseos de Dios? El corazón del hombre, susceptible de ser engañado, puede ansiar cosas contrarias a la voluntad de Dios.
El hombre, cada hombre, puede encerrarse en la maraña de sus sueños y deseos, sin darse cuenta que ellos chocan con el corazón de Dios.
Y supongo que debe ser horrible que, a causa de nuestra larga testarudez, Dios diga: "Está bien. Quedate con tus propios planes, y que tus deseos sean cumplidos".  
"Israel, ¿insistes con tener un rey que gobierne tu vida? OK: ahí tienes a tu Saúl".
Es políticamente incorrecto decir esto, pero debe ser dicho: espero que los deseos de nuestro corazón no sean cumplidos.
Aún hay esperanza mientras renunciamos a nuestros deseos en pos de que Dios cumpla los suyos en nosotros.

sábado, 28 de enero de 2017

Enfocados en la VIDA y FE de Cristo Jesús.

Una mente sana se caracteriza, entre otras cosas, por saber clasificar y ordenar el conocimiento en orden de importancia. La persona que logra establecer este funcionamiento mental adecuado produce, como resultado, razonamientos sanos, correctos, verdaderos. Entiende la diferencia entre los pensamientos fundamentales, y los que son secundarios o menores.
Por otro lado, la persona que no consigue ordenar sus pensamientos, ni clasificarlos en orden de importancia, tendrá en su cabeza un bagaje incontable de información desordenada, imprecisa, que al final de cuentas, solo provocará confusión.
Un hijo de Dios que procura crecer en la vida en Cristo, debe saber ordenar con claridad sus pensamientos. Como si construyese un edificio con los ladrillitos del Lego Rasti, debe saber que hay piezas (conocimiento) que son parte de fundamentos o bases, y otras que son sólo de relleno.
¿Qué ocurre si, teniendo miles de ladrillos del Lego, no tenemos criterio para saber dónde se debe ubicar cada pieza?
¿Qué ocurre si, teniendo mucha información, no tenemos criterio para saber cuál es fundamental y cuál no?
Vamos al grano.
Alguien que ha pasado 5 años dentro del Cuerpo de Cristo, posiblemente ha oído casi 1000 horas de prédicas o mensajes "en vivo", sin contar mensajes en internet, televisión, radios, o lectura. Mil horas.
Si en cada hora de esos mensajes se esbozan 5 consejos o directrices de lo que hay que hacer -o no hay que hacer- para vivir una "buena vida cristiana", podríamos decir que tenemos para seguir 5.000 consejos o directrices.
Directrices "para conseguir la prosperidad..."; "cinco pasos para la oración eficaz..."; "doce pasos para el discipulado de impacto..."; "10 cosas que no debes hacer con tus hijos", etc etc.
Así, al cabo de unos años, tenemos en nuestra cabeza miles de consejos o directrices, que serán inútiles si no los clasificamos y ordenamos en nuestra mente. Es más, esas miles de cosas pueden provocar impotencia y parálisis, porque no sabríamos por dónde empezar tamaña cantidad de cosas por hacer, tantos asuntos de los cuales ocuparse. Deberá llegar el momento de la madurez donde entendemos que la administración del conocimiento espiritual es ENFOCADA EN FUNDAMENTOS.
Vuelva a leer el título de este escrito, y verá rápidamente lo que queremos decir.

La verdad del evangelio es que nuestro Padre simplifica y enfoca todas las cosas. Y las simplifica en la VIDA DE CRISTO. Las Escrituras se enfocan en Cristo. Más aún, las Escrituras no son miles de cosas para hacer, ni miles de cosas para no hacer, sino que se enfocan en una vida para vivir. Y a esa VIDA, que no es tu vida ni mi vida, sino la de Cristo, la vivimos por FE.

Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.

Fe no es creer.
Fe no es creer en Dios.
Fe no es creerle a Dios.
Fe no es esperanza en que las cosas mejorarán.
Fe no es escuchar sermones y "tomar la palabra",
Fe es vivir la Vida de Cristo.

Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios.

La única vida aprobada es la vida de fe del Hijo de Dios. Sin esa fe, es imposible agradar a Dios.
No basta con hacer lo correcto: pretender “hacer lo correcto” con fuerzas de la vida propia es la combinación ya conocida desde la antigüedad: imposición, presión, obligación, ley, carne y pecado.
Este es el sello más reconocible de la religión.

Romanos 9:31-32         
31 (…) Israel, que iba tras una ley de justicia, no alcanzó esa ley. 32 ¿Por qué? Porque no iban tras ella por fe, sino como por obras. Tropezaron en la piedra de tropiezo,

Para vos, ¿qué es el pecado?
Para muchos, pecado es aquel acto malo que Dios rechaza. Y lo cierto es que eso es la exteriorización manifiesta del pecado. Hay pecado aún antes de esos actos. Si alguien no cometiese esos actos, aún está en pecado, porque el pecado es la naturaleza humana sin Dios. En los ámbitos religiosos, el pecado se evidencia en el esfuerzo de las personas para tratar de hacer lo correcto, fuera de la vida de fe de Cristo.

Hebreos 4:1-2   
1 Por tanto, temamos, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado.2 Porque en verdad, a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva, como también a ellos; pero la palabra que ellos oyeron no les aprovechó por no ir acompañada por la fe en los que la oyeron.

Las opciones son: fuerza propia, o la vida de fe de Cristo Jesús.

2 Corintios 13:5
Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os reconocéis a vosotros mismos, que Jesús el Mesías está en vosotros? ¡A menos que estéis descalificados!

Gálatas 3:1-6
Oh gálatas insensatos, ante cuyos ojos Jesús el Mesías fue exhibido crucificado!¿Quién os fascinó?  Sólo esto quiero averiguar de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por la predicación de la fe? ¿Tan insensatos sois? ¿Habiendo comenzado en el Espíritu, ahora os perfeccionáis en la carne? ¿Tantas cosas habéis padecido en vano? Esto es, si fue en vano. Aquel pues que os suministra el Espíritu y efectúa milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por la predicación de la fe? Así como Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia.

La FE es la sustancia de la vida de Cristo que nos permite vivir Su Vida, y ver todo bajo Su Perspectiva: todo ya consumado por SU OBRA.
En síntesis, la FE es la posibilidad de vivir la vida de otro, la vida de Cristo, en vez de tu propia vida ("ya no vivo yo").
La vista humana mira su realidad, su condición actual, lo que se ve, lo que todos ven. Pero la FE pone la vista en la PERSONA ETERNA.
La fe de Cristo nos permite ver que nuestra santidad no depende, en primera instancia, de nuestros actos, sino de Su Vida:

Juan 17:16-19              
16 No son del mundo, como Yo no soy del mundo. 17 Santifícalos en la verdad, tu palabra es verdad. 18 Como me enviaste al mundo, también Yo los envié al mundo; 19 y por ellos Yo me santifico, para que también ellos sean santificados en verdad.

La FE es la posibilidad de vivir la vida de otro, la vida de Cristo, en vez de tu propia vida. Sin esta claridad en nuestro espíritu, todos los consejos que vengan de sermones o mensajes serán tomados como leyes a seguir, en vez de ser adoptados como victorias ya ganadas en Cristo.
Porque ¿cómo se manifiesta la FE? Con la certeza de que todo ya está cumplido en Cristo, y por Cristo.